10 febrero 2010

Síndrome de Cupido


Hay algo de que todas hemos sido víctima al menos una vez en nuestras vidas: se trata del síndrome de Cupido. No sé que hormona femenina es la que dispara este síndrome, o si se trata de algún gen que todas las mujeres tenemos incorporado en nuestro sistema operativo, pero lo cierto es que todas alguna vez hemos intentado actuar el rol de la Celestina. Lo cierto es que en el día de los enamorados este síndrome alcanza su apogeo. Algo dentro de nosotras no puede permitir que una amiga sufra el trauma de pasar sola el 14 de febrero.
¡Ay de la pobre víctima de nuestro síndrome! Aquella pobre e inocente mujer a quien a toda costa queremos enganchar con algún amigo, pariente, amigo de nuestro novio, compañero de trabajo, amigo del amigo del primo del vecino, etc. Por más que ella se oponga rotundamente, insistiremos e insistiremos hasta que se dé por vencida y termine cediendo a nuestros planes. Lo que pasa es que nosotras la vemos sola, la vemos regia y creemos que tenemos el candidato ideal para ella; y si no lo tenemos nos esmeraremos en encontrarlo. En algún lugar debe estar, ¿no?

El gran problema ocurre cuando obsesionadas por encontrar la media naranja de nuestra amiga, terminamos encontrando un medio melón, intentando adaptárselo a toda costa. Una vez que logramos el milagro de convencerla de que aquel melón es en realidad su media naranja, nos convencemos a nosotras mismas de que ese melón es la única fruta del planeta capaz de complementarla. En ese mismo instante nos creemos el artífice del mejor enganche de la historia, a pesar de que lo más probable es que nuestro injerto no tenga ninguna posibilidad de prender.

Como buenas expertas en marketing amoroso empezamos a vender nuestro producto. A nuestra amiga le hablamos del melón como EL SUPER MELON. En primer lugar magnificamos todas sus virtudes y por supuesto agregamos cuanta cualidad positiva se nos ocurra. Si tiene algunas canas ya es suficiente como para que lo comparemos con Richard Gere, si toca la guitarra ya lo calificamos como un virtuoso de la música (por más de que solo sobresalga en las peñas con los amigos) y luego seguimos con el infalible slogan vende melones: “es un chico emprendedor y de buena familia”. Una vez resaltado lo positivo, nos esmeramos en minimizar todas sus imperfecciones. Si es un viejo solterón y farrista lo describimos como un hombre maduro pero divertido. Si juntando sus ex novias y ex esposas se puede armar un equipo de fútbol, romantizamos sus fracasos sentimentales diciendo que el pobrecito no tuvo suerte en el amor. Y por supuesto que si es más feo que un Gremlin mojado cuando nuestra amiga nos pregunta que tal está, le respondemos radiantes que es un divino, un dulce y un amooor de persona.

Cuando nos toca el turno de hablarle al melón sobre nuestra amiga no escatimamos en elogios, el cielo es el límite para describir todas sus virtudes y cualidades. Las mujeres al hablar de nuestras amigas tendemos a ver solo lo positivo, por lo que ni siquiera tenemos que minimizar sus defectos ya que estamos seguras de que ella NO TIENE defectos. Ella es la hermana gemela de Gisele Bundchen, tiene el corazón de la madre Teresa de Calcuta, la dignidad de Lady Di, la inteligencia de la Bachelet, el estilo de Rania y el talento de Shakira. Por supuesto estamos tan convencidas de todo esto que la publicitamos con absoluta seguridad y sinceridad. Ella es una chica 10 y que nadie ose decir lo contrario o le saltaremos encima con toda la furia de nuestros estiletos.

Una vez que convencemos a las partes interesadas y debido al hecho de que ambos no se conocen, se produce la típica salida en grupo. Por un lado, a nuestra amiga le dará seguridad salir en grupo para no tener que afrontar sola la casi siempre incomoda primera cita; mientras que por otro lado, nosotras podremos asegurarnos del éxito de nuestro enganche.

Desde este momento nuestra amiga se convierte en nuestra víctima. Como las celestinas tendemos a volvernos muy entrometidas en este contexto, nuestra pobre e inocente amiga tendrá que sufrir toda la noche nuestras constantes y seguramente incómodas acotaciones. Le daremos codazos, miradas exageradas y todo un abanico de señales muy poco discretas que le harán rogar a la tierra que la trague. Luego nos convertiremos en su vocera oficial y agente de prensa, respondiendo por ella a todas las preguntas y sugiriéndole que cuente todas aquellas anécdotas e historias que creemos la harán lucirse frente al melón. De seguro no se salvará de tener que escuchar como si ella no estuviese allí, la historia completa y comentada de su vida relatada obviamente por nosotras y que de seguro revelará miles de detalles que ella hubiese deseado omitir. Como estamos tan poseídas contándole al melón lo maravillosa que es nuestra amiga, e intentando convencerlo de que ella es su media naranja, no nos percataremos de las miradas asesinas que ella nos lanza con la intención de que cerremos la bocota. Como broche de oro vendrán las constantes insinuaciones románticas e indirectas que lanzaremos al aire con la intención de crear el clima ideal para que prenda nuestro injerto.

Tras la cita estaremos más ansiosas que nuestra amiga/víctima por saber el resultado del enganche. Si el melón se borra (que es lo más seguro) sacaremos a relucir todos los detalles negativos que habíamos omitido mencionar a nuestra amiga con anterioridad. Así el chico emprendedor y de buena familia pasará a ser el looser más rasca de la historia, convirtiéndose inmediatamente para nosotras en el ser menos deseable del mundo, una mezcla de Hitler, Osama Bin Laden y Lugo. Pero si la que decide borrarse es nuestra amiga…. ¡Arderá Troya!
¡Ay de ella si se queja del melón! Nos ofendemos y la tachamos de malagradecida pensando en todo el trabajo que nos costó conseguirle ese melón cuando no tenía ni un solo perro que le ladre y todo el esmero que pusimos en vano para asegurar el éxito del enganche. En vez de comprender que en realidad el melón no era la opción más apropiada para ella, y debido a que estábamos absolutamente convencidas del éxito de nuestro experimento, nos precipitaremos a catalogarla de exigente, incoherente, necia y ciega, cuando en realidad el único ciego en esta historia fue nuestro Cupido interior que estaba fatalmente predestinado a errar todas y cada una de sus flechas amorosas.

MORALEJA: Cuando empiece a aletear su Cupido interior, IGNÓRENLO. Recuerden que se trata de un enano rollizo y flácido con el cual estoy segura no querrán tener nada en común.

03 febrero 2010

Guapa: La Servihá Paraguaya


Hay una palabra muy frecuente en el léxico paraguayo que en usada en el contexto local me produce una intensa irritación. Se trata del adjetivo guapa que en nuestro país no se usa como sinónimo de linda, sino como sinónimo de hacendosa. Lo que me irrita de esta significación local es que engloba muchos atributos que me parecen sumisos y retrógrados en la mujer. Una mujer guapa en Paraguay no es la que sobresale en el mundo intelectual o empresarial, sino aquella que lo hace en los quehaceres domésticos. Es la que sabe tejer, bordar, cocinar, lavar, planchar y sobretodo “atenderle bien a su marido.”

Este adjetivo engloba todo el machismo reinante en nuestra sociedad. La guapa es la mujer factótum. Aquella que se encarga de la casa, de los niños, la que se tiene que ingeniar para proveer un ingreso para la familia, y aún así encuentra tiempo para cebarle el tereré al zángano de su marido o concubino; quien, mientras ella se partía en cinco para encargarse de todo el universo doméstico, se pasaba el día entero echado panchamente en una hamaca.

Por supuesto que este cumplido NUNCA me lo dirigen a mí. Cuando empiezan a hablar de lo guaaapa que es Fulanita, que cocina como los dioses y hace mermelada y chutney de todos los mangos que caen en su jardín durante el verano y que ella misma recoge mientras riega las plantas, o de lo guaaapa que es Menganita, que borda, teje, hace crochet y zurcido invisible; y por supuesto, de lo reeeeguaaapa que es Zutanita que le atiende taaan bien a su marido… al dirigirse a mí, por supuesto empiezan a cantar todos los grillos del barrio para llenar el incómodo silencio.

Yo no soy guapa….ya que soy una inútil total en lo que respecta a las labores domésticas. La ropa que plancho termina más arrugada que frenada de gusano. Cuando cocino quemo hasta el agua y no tengo ni ritmo al barrer ni al repasar (de hecho, ¡no se ni de que lado se agarra la escoba!) En lo que respecta a la costura, no se ni como pegar un botón y sinceramente mi falta de talento se extiende a todo tipo de manualidades. Y no es mi costumbre “atenderle bien a mi marido” ya que puede bien cebarse el tereré solo o planchar el mismo sus camisas como corresponde.

Si mi vida se redujera a las famosas historietas de Quino, yo jamás sería Susanita, sería por supuesto una Mafalda perfecta. Mafalda representa a todas las mujeres que soñamos con ser independientes y exitosas en nuestra profesión, sin sentir la necesidad de tener un hombre a nuestro lado para estar completas y mucho menos servirle a ese hombre como si fuese nuestro amo y señor.

A mí no me molestan las mujeres guapas, lo que me molesta es todo el machismo agazapado que se esconde detrás de este adjetivo y su acepción local. No se si escucharon alguna vez la polka de Clementino Ocampos “Kuña Guapa”. Aquí transcribo unos versos traducidos por Lino Trinidad Sanabria. La polka empieza así:

Ya los gallos cantarinos llaman al amanecer,
levantándote mujer quiero verte trajinar.
Movimiento sin cesar que engalane tu existir
una escoba danzarina que anteceda al cocinar.


Luego continúa haciendo un elenco de las múltiples labores de la kuña guapa y hacia el final de la polka remata con estos versos:

Y la tarde a concluir tu misión has de cumplir
de tus manos beberé delicioso “tereré”
Hacendosa como eres mis tesoros cuidaras,
y mañana frente a Dios nuestras vidas se unirán.


No se a que mujer le habrá querido homenajear con esta polka, pero en definitiva fue una Susanita y no una Mafalda. Mafalda jamás le cebaría el tereré a su marido, lo sacudiría de la hamaca hasta echarlo al piso gritándole: “¡No soy una mujer a tu disposición!”

Las kuñas guapas paraguayas tienen muchísimo valor y no es mi intención desmerecerlo. Lo que me molesta es que en nuestra sociedad, todavía se engalane a la mujer como una diosa doméstica y un ser servil a disposición de su pareja, un ser lleno de responsabilidades y privado de derechos; un ser que lleva adelante a la casa, a los hijos, a la pareja, al país y aún así queda relegado a servir. La guapa de estos versos es una servihá (la que sirve) otro adjetivo odioso del léxico local, empleado por muchos paraguayos para referirse a sus hacendosas mujeres. (Esto siqué nuuunca me dijeron, porque ahí en el acto devolvería la gentileza con un merecido bife).

Por suerte hay muchas mujeres “no-guapas”, muchas Mafaldas que trabajan a la par que sus parejas y que no tienen inculcado en su interior esa actitud servil hacia ellos. Hay muchas Mafaldas que si bien no reciben el cumplido de “guapa” saben que son mucho más que guapas.

Pesadillas de una Noche de Verano


Llega el verano y con él el calorcito, el solcito, las deliciosas tardes en la pileta y las tan esperadas fiestas. Si bien todas estas cosas nos producen una innegable ilusión, tendemos a olvidar que el verano húmedo de nuestro querido Paraguay tiene el mismo efecto devastador en nuestro glamour que un tsunami en el sudeste asiático.

En primer lugar está la transpiración. No hay nada tan poco glamoroso como la sudoración veraniega. Por más de que te compres el stock entero de antisudorales del súper, la naturaleza vencerá y terminarás tan transpirada como Rocky Balboa tras su último round contra Apollo Creed. Nuestro país no tiene clima subtropical, esto es solo un eufemismo que inventó la Secretaría de Turismo para no espantar a los turistas, la triste realidad es que aquí en el verano tenemos clima de sauna y basta.

La transpiración tiene cuatro efectos catastróficos en nuestro glamour. El primero de ellos son las manchas de sudoración. No hay nada más espantoso que encontrarse en el medio de una fiesta veraniega en la cual los anfitriones no tuvieron la decencia de proveer un ambiente climatizado, con un babero de sudor sobre el pecho y dos repulsivas manchas húmedas bajo las axilas. Sin aire acondicionado en nuestro verano no hay elegancia que aguante.

El segundo efecto sudorífico es el del efecto del pegoteado textil. Un típico ejemplo de esto es el caso de aquel vestido de seda que te conquistó desde la vidriera como si el mismo George Clooney te estuviera mirando a los ojos diciéndote con ellos: “tengo que ser tuyo”….y que ni bien lo estrenas en una de las tantas fiestas veraniegas, se adhiere como chicle a tu piel gracias al sudor que te produce el insoportable calor, la humedad y el hacinamiento.

El tercer efecto es el atentado a nuestro Make-up. Estoy segura que Faby Rojas y Sabry Ayala las mega regias ultra glamorosas artistas del maquillaje tiemblan cada vez que sus impecables clientas van a una fiesta hacinada y terminan con uno de estos efectos producidos por nuestro inclemente verano: las ojeras panda y la base pasada por agua. El primero ocurre cuando el sudor de nuestras frentes tras horas de baile al aire libre empieza a chorrear arrastrando con él una espesa masa de delineador y máscara que nos dejan dos tétricas ojeras negras bajo los ojos. El segundo ocurre cuando bailar al ritmo de la noche te dejó chorreando como si estuvieras en una clase de spinning y la base empieza a flotar por en cima de las gotitas de transpiración que salen de tu rostro. Lo más patético de esto es que la más probable es que tu mirada de panda junto con tu base cuarteada terminará estampada en las doscientas fotos que cargarán todas tus amistades en el Facebook.

El cuarto efecto sudorífico es el último y el peor de todos. Como nosotras somos regias y en el verano nos bañamos 4 veces al día generalmente este efecto proviene de terceros pero nos afecta directamente. Estoy hablando del efecto koatí producido por bailar ininterrumpidamente en discotecas hacinadas cuando los efluvios corporales colectivos empiezan a unirse dramáticamente en un punzante y absolutamente desagradable aroma que por nuestras latitudes llamamos katinga.

Nuestro look capilar tampoco se salva. Por más de que hayas empeñado tus joyas y vendido tus riñones para hacerte el alisado asiático que te garantizó tu peluquero de confianza que aniquilaría para siempre a tus rebeldes rulos; la humedad terminará indudablemente revolucionando a cada uno de tus rulos sometidos por el alisado generando una sublevación frizz bolchevique en tu cabellera.

Lo más irónico de todo esto, que en el país de Itaipú los veranos se caracterizan no solo por el calor, sino también por los infaltables apagones y bajas tenciones que terminan dejándonos sin el único alivio que hace sostenible las noches paraguayas: el aire acondicionado. A pesar de haber hipotecado la casa para comprar la última tecnología en lo que respecta a climatización, el Split fantástico que te hace dormir con frazadas en pleno verano, y pagar las subsecuentes elevadísimas cuentas de Ande, terminamos recurriendo al viejo ventilador de la abuelita que es el único que resiste a todos los cortes y apagones.

Si el apagón nos sorprende en una fiesta no nos quedará otra que implementar el antiguo y siempre fiel abanico system. Tengo una amiga que es una auténtica girl scout siempre lista a la hora de sacar el abanico. A pesar de estar a años luz de ser una abuelita, lo lleva siempre en la cartera y no duda en sacarlo cada vez que el calor empieza a amenazar a su glamour, generando envidia en todas sus amigas menos precavidas que ya están empezando a mostrar los primeros síntomas de deterioro subtropical. Ella fue mi inspiración y mi salvación ya que desde que la vi aireándose regiamente con su abanico español decidí implementarlo hasta en la pista de baile al más puro estilo Locomía.