22 mayo 2012

Consejos maternos: Ignorándolos con descaro



La mayoría de las mujeres hemos hecho un arte del acto de ignorar los bienintencionados consejos de nuestras madres. Iniciamos a practicar este arte desde muy temprana edad. Lo que de  niñas es catalogado como desobediencia, en la adolescencia se le llama rebeldía y en la edad adulta se lo conoce como necedad. Es que se supone que al llegar a la madurez con tantos años de equivocaciones a nuestras espaldas ya deberíamos haber aprendido que nuestras madres saben más por viejas que por diablas. Pero aún así nos resistimos a escucharlas.

Cada vez que abren sus bocotas para dejar escapar alguno de sus irrefrenables consejos (sencillamente no pueden resistirse a darlos) las hijas adultas automáticamente entornamos los ojos y les contestamos hastiadas con algún comentario cínico. Esto en el caso que las hayamos escuchado, pues muchas de nosotras hemos tomado por hábito ni siquiera escucharlos. Sus consejos entran por un oído como ruido blanco y salen por el otro sin siquiera haber sido procesado por nuestros cerebros. ¡Ignorar a alguien tan descaradamente es sin lugar a dudas un arte que se perfecciona con la práctica! 

En el tema de los consejos maternos se produce una inusual dicotomía. Por un lado ellas sienten un deseo incontenible de emitir consejos maternales; a tal punto que podríamos decir que dar consejos es el principal hobby materno. Por otro lado, las hijas tenemos a cultivar como hobby la irreverencia hacia los consejos maternos. Esto significa que esencialmente nuestras madres están tirando consejos al aire, dándoselos a personas que no quieren oírlas y que prefieren mil veces ser atropelladas por una topadora que escuchar un solo consejo materno más.

A pesar de que está clarísimo que los consejos maternos no son de interés de las hijas, aún así ellas optan por seguir produciéndolos. Tienen una fuente de consejos aparentemente inagotable. Hasta parecería que existe un manual secreto de consejos maternos que todas nuestras madres consultan a escondidas para hacer nuestras vidas imposibles.

A parte de que no queremos escucharlos, los consejos maternos tienen otra característica que los hace particularmente insufribles. Irónicamente, tienden a estar siempre en lo cierto. A todo consejo materno ignorado, automáticamente le sucede un fiasco catastrófico que prueba que a fin de cuentas, nuestras madres estaban en lo cierto. Cada vez que esto sucede, ellas no tardan en hacernos notar este hecho con su frasecilla de cabecera: “yo te dije, yo te avisé…”

Sólo hay un consejo materno peor al de nuestras madres. Se trata de los consejos maternos emitidos por la madre de él: alias la suegra metiche. Y lo peor de todo es cuando ELLAS tienen le razón. Honestamente no hay peor cosa en el planeta tierra que tener que darle la razón a nuestras suegras.

Bueno, pasemos ahora a analizar los consejos maternos más frecuentes:

“Llevate el saquito por las dudas”: Parecería que nuestras madres tienen un pacto con el diablo que hace que cada vez que ellas emiten esta frase, por más de que haya un solo radiante, automáticamente se largue una tormenta huracanada y la temperatura baje 15 grados. Si no es el saquito es el paraguas. Lo cierto es que como SIEMPRE optamos por no hacerles caso terminamos tiritando como pavotas, empapadas en medio de un raudal y patéticamente engripadas al día siguiente.

 “Ponete el protector que vas a terminar insolada”: Dicho y hecho. Invariablemente en vez del color del verano terminamos con el color del tomate, absolutamente adoloridas, insoladas y abochornadas. Pero lo más triste ocurre cuando llegamos a los treinta y pico y aparecen las primeras manchas. En ese mismo instante aparece el cosejito ignorado como un eco distante que viene del siglo pasado a atormentarnos.

“Ese chico no es para vos”: Por alguna extraña razón ellas saaaben cuando el candidato no es el indicado. No hay príncipe azul que ante sus ojos no se convierta en sapo. Parece como si tuvieran un tercer ojo para detectar al sapo interior que habita dentro de quienes creemos príncipes azules. Si te dice que el candidato nuevo tiene “Bicho encerrado”, no te sorprendas que algo hay de cierto.

“Cortá con el dulce de leche que no te va a entrar el vestido”: ¡Algunas hasta instan a que te hagas punto cruz en la boca y directamente dejes de comer!  Hay madres que sinceramente no pueden ver comer nada remotamente engordante a sus hijas sin hacer algún tipo de comentario. Si no se trata de lechuguita, ponele la firma que te sale con alguna indirecta del tipo: “Mirá que el chocolate engorda…” (Como si nos estuvieran haciendo una GIGANTE revelación) DA! ¡Colón! ¡Más vale que engorda!, pero en ese momento no nos importa. Comemos más solo para incidentar. Solo el reflejo moldevaí que te devuelve el espejo antes de ir al casorio de turno te hará arrepentirte por  no haberle hecho caso a la pesaaada de tu vieja.

“Comé algo que te vas a sentir mal”: cuando finalmente le hacemos caso al consejo materno anterior y empezamos a cuidarnos, nuestras madres empiezan a preocuparse de que nos estemos volviendo anoréxicas. Nos instan a que comamos hasta el perejil decorativo de cada plato y temen que nos desmayemos por malnutridas. Lo más probable es que lleguemos a desmayarnos, pero de seguro no nos salvamos de protagonizar el papelón de nuestras vidas emborrachándonos en algún casamiento familiar por tomar champagne con el estómago vacío. Cuando nos esté llevando a casa a rastras será la primera en recordarnos enfurecida: “¡yo te DIJE que comas algo!”

 “No te olvides de”: no hace falta que les diga de qué. Basta que ella nos advierta que no nos olvidemos de algo, para que – por ley de Murphy-  nos olvidemos juuusto de eso.

“Te dije mil veces que”: Si, efectivamente nos repite mil veces todo. Al punto que las palabras se entremezclan en un gran plagueo confuso que a nuestros oídos sordos llega como si se tratara de un ruido blanco o de interferencia radial noooooteeeurrrooolviiiiideeezzzzzzdeeeeebussscaaaarlewwwwwaoootuuuhhhhermaaaaaahhhhnoooohhhwrrr. Es que estamos taaaaan acostumbradas a ignorarlas que ya ni las escuchamos siquiera. Pero como nuestras viejas son taimadas y astutas, se dan cuenta de que no les hacemos caso, por eso no nos repiten mil veces, nos repiten un billón de veces, muuuuuy a pesar nuestro, la escucharemos repetírnoslo hasta el cansancio. Y si aún así el mensaje no llega, estate segura de que no perderá la oportunidad de recalcarte que ella te lo dijo mil veces (tal vez más).  De seguro no estará exagerando.