13 marzo 2016

TARJETAS DE CRÉDITO: PARA TODO LO DEMÁS…




Desnuda, me siento desnuda. Y a pesar de mi tendencia nudista (en vano voy a querer negar que me gusta exhibir mis preciosas curvas) debo decir que no me siento nada cómoda con esta situación. Se acabaron las promos y yo me siento desnuda y con el ropero vacío. Viste cuando abrís tu ropero y sentís en el fondo de tu corazón y tu pupila que no tenés nada nuevo que ponerte, nada inspirador, nada que robe el aliento y te sale aquel lamento boliviano, aquella letanía visceral que solemos emitir las mujeres con tono teatral ante estas situaciones: “no tengo nada que ponerme”.  Seguro ya te pasó. Pero ahora seguro que cuando lo decís… ¡ES CIERTO! ¿Cómo no sentirse desnuda? Si no te pudiste comprar nada de las últimas colecciones de tus marcas favoritas.

La verdad que este fin de año sin mis promos y cuotas lo veo todo negro.  Y no de un negro “black Friday” sino de un negro retinto bien nefasto. A donde me voy a ir de vacaciones sin mis 12 cuotas sin intereses para pagarme el paquete. ¡Si con lo endeudada que estoy aún del último Black Friday no me da ni para ir a veranear en Chololó!

La tarjeta de crédito es algo que se inventó para que comprar sea más fácil… pero pagar infinitamente más difícil. El tema es que la tarjeta tiene pues también su costo de mantenimiento y ni hablemos de sus intereses. Había sido que era tan alto que por 20% de descuento terminábamos pagando un interés de hasta 50% sobre la mora. ¡Y el que está libre de mora que tire la primera piedra!  La verdad que con tantos gastos de mantenimientos e intereses mis tarjetas llevaban más vida de mantenida que yo. Digamos que figurativamente había sido eran las tarjetas las que vivían en un SPA y no yo. Diviiinas ellas con su mantenimiento.

Yo francamente no sé que me paso. La verdad que siempre tuve tarjeta y siempre me manejé bastante bien con ellas. Pero últimamente parecía un mono con Gillette. Que pucha mono con Gillette, era un chimpancé con ametralladora UZI. ¡Era un peligro! ¡Demasiaaaado ya me entusiasmé con las promociones! Parecía una ninja, tarjetazo aquí tarjetazo allá, tarjetazo en todas partes. Así también terminé con monos en todas y cada una de mis tarjetas. Y como no iba  terminar así si me saqué una tarjeta de cada banco de plaza, de la cooperativa, del súper, de la despensa, del shopping y hasta un poco más y me sacaba tarjeta del verdulero de la feria todo por aquel ansiado descuento prometido. Tenía tantas tarjetas que podía jugar tranquilamente al solitario por 3 horas usando mis múltiples tarjetas como barajas.

Obviamente la historia iba a terminar mal con ese ritmo. Y así me fue. Últimamente cada compra era un suplicio. Iba a la caja temblando. Y ni bien pasaban mi tarjeta, en esos 30 segundos de espera que se dan antes de la confirmación del pago, empezaba a tirarle buena onda mental al post: “va a pasar, va a pasar, va a pasar” rezando internamente para que Dios me salve de la humillación de tener que escuchar “saldo insuficiente” frente a una fila entera de chismosas triperinas. Cuando me aprobaban la transacción juro que  últimamente tenía que refrenar las ganas de hacer un bailecito de emoción en plena caja.

Últimamente para que me aprobaran tenía que estar estrenando la tarjeta, ya que todas las anteriores estaban literalmente reventadas. En la caja pasaba bochorno tras bochorno. No me rebotaban una, me rebotaban TRES. El proceso de pago era patético. Parecía que estaba racionando provistas para los refugiados sirios. Ehhh…. Cobrame 150.000 con esta tarjeta, 50.000 con esta y el saldo con esta, pero si no te pasa, probá con esta.

Ahora les metí tijera a todas. Y no solo no tengo crédito, sino que estoy endeudada hasta el 2017 por todas las malditas cuotas del black friday del 2012.

La verdad que estoy tan depre que mejor les dejo y me voy a hacer terapia de shopping…. ¡en efectivo!




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