21 enero 2009

I know what you did last Christmas...


Como bien ya saben, soy una plagueona empedernida que como muchas de ustedes a esta altura del año lo único que quiere es envenenar a los renos y ultimar a Papá Noel. La verdad es que últimamente la Navidad se ha convertido en un suplicio. Un tortuoso camino lleno de elfos, duendes, arbolitos decorados y lucecitas musicales.
Por más que intentemos ser precavidas y organizadas (como siempre somos las mujeres) y empezar a hacer las compras con tiempo para ir comprando de a poquito y evitar las tropas que en la época de las fiestas invaden los negocios y centros comerciales, los comerciantes siempre nos gana de mano. Cada año la navidad parece adelantarse más y más. ¡Este año las decoraciones en las tiendas y las luces en las calles empezaron a verse ya en Octubre! Por más de que los comerciantes quieran hacernos creer que esto se debe más a motivos altruistas (relacionados con el espíritu navideño) todas sabemos que lo que ellos quieren es darnos más tiempo para comprar. Y hasta yo que soy adictas al shopping DETESTO comprar en Navidad!

Entras a la tienda y ya te aturden las decoraciones, las lucecitas con tonaditas navideñas en versión Heavy Metal Chino. Para cuando salís de la abarrotada tienda en lo único en que pensás es en demandarle al compositor de “Noche de Paz” por daños y perjuicios hacia tu paz mental!) A parte de las patéticas torturas musicales en la que los chinos han reducido a los villancicos, en cada tienda te encontrás con un Papá Noel Sudoroso y hediondo! Me pregunto como lo que hasta ahora a los prójimos que se disfrazan de Papá Noel no se les ocurrió pelear por su derecho a un traje más acorde a nuestra Navidad subtropical. Como no estamos en el Polo Norte, creo que Papa Noel se merece un “cambio de look”. Porqué no le ponen simplemente una camisa mangas cortas con un estampado bien kitsch y un shortcito rojo con zapatillas de goma… estaría fresquito y súper paraguayo.


Para cuando nos reponemos del stress inducido por el calor, el hacinamiento, la catinga del Papá Noel y la tortuosas musiquitas de fondo, nos armamos de coraje y empezamos a jugar a los “carritos chocadores” mientras hacemos nuestras compras. Sacamos la lista interminable de regalos y empieza una nueva tortura: decidir que compra a cada quien. Los hijos por supuesto ya nos dejaron bien en claro que quieren TODOS los juguetes que vieron en la tele (que por supuesto a esta altura del año se triplican las publicidades en los canales infantiles), pero elegir el regalo del resto de la familia es todo un desafío. ¡Hay tantas cosas para elegir y taaaan poca plata! A veces pienso que sería fantástico hacer una especie de “amigo invisible navideño” con los miembros de la familia extensa, y en vez de comprar una cantidad de fruslerías innecesarias para los tíos, sobrinos, nietos, primos, comprar un solo regalo lindo para el familiar que le toque a cada uno.

Cuando se tienen hijos chicos además está el riesgo siempre latente, de que alguien meta la pata con respecto a la existencia de Papá Noel. En cuanto a esto las tiendas no tienen ningún tipo de delicadeza, poniendo en riesgo la ilusión de nuestros hijos con la cantidad de clones de Santa que ven en todas partes! Los niños de hoy no son nada tontos, para el segundo Papa Noel que les dice “Jo, Jo, Jo” y les pasa un volante ya empiezan a sospechar que les estamos tomando el pelo.
Una vez tachados los nombres de la larga y dolorosa lista de regalos, empieza un nuevo suplicio: la dieta previa, ya que sabemos que el 24 nos va a salir comida por la oreja. ¡Que manera de atiborrarnos mientras esperamos la medianoche! y por supuesto que una semana después seguimos comiendo las sobras de pavo en todas las formas imaginables hasta que nos convencemos que nos van a salir plumas si seguimos comiéndolo otro día más).


Y el 24 empieza la locura de prepararnos, esperar 4 horas en la atiborrada peluquería para que nos hagan un miserable brushing, arreglar la casa, vestirnos, vestir a los niños, preparar la comida y por supuesto planchar a última hora la ropa arrugada de nuestros maridos.
Por supuesto que todos los preparativos nos dejaron taaan estresadas que lo único que deseamos es ahogarnos con champagne para sobrevivir a la hecatombe de las bombas, ajitos, el alboroto de nuestros hijos sobreexcitados y el cotorreo de la parentela poniéndose al día. Tras acabada la farra, ¡tenemos que lidiar con la butifarra! Lavar platos, arreglar el bochinche, acostar a los niños y ordenar la casa para luego tirarnos exhaustas a dormir; sabiendo que a las 6 de la mañana nos despertarán nuestros hijos con el barullo de sus juguetes nuevos. ¡La verdad es que sin dudarlo me volvería budista para no tener que lidiar con esta noche que no tiene nada de paz!
Pero bueno, debo admitir que estoy siendo un poquito exagerada. La verdad es que a pesar de todo el ajetreo, de todo el bochinche y el trabajo extra que representan las fiestas, no hay nada más lindo que celebrar en familia, ver la cara de felicidad en los más chiquitos cuando abren sus regalos y manifestar nuestro amor con un beso y un abrazo inmenso a la medianoche. A pesar de todos mis plagueos, siempre termino con lagrimones en los ojos cuando abrazo a mi familia, recordando a los seres queridos que ya no están y los bellos momentos pasados sintiendo todo ese amor al desearnos una Feliz Navidad! Al final de todo, más allá de los plagueos previos, siempre termina siendo una feliz Navidad.

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